El no circula que no resuelve.

Es el tema de moda. Para ser honesto cuando llevas 6 años sin coche este tipo de noticias te pueden valer un poco, excepto por el pequeño detalle de que la calidad del aire afecta a todos. Los de a carrazo y los de a pie.

Este es el meollo del asunto. Lo público vs lo privado y cuando las decisiones de unos afectan a todos. Como resolver temas del medio ambiente y movilidad no  deberían de distar mucho, en esta lógica, las políticas que controlan o regulan el consumo de ciertas substancias como el tabaco, el alcohol, o alimentos altamente calóricos, y donde el bien común  se sobrepone a la libertad individual del consumidor. Como ejemplo, hoy son casi incontestables políticas de consumo de tabaco en espacios públicos cerrados, a pesar de que se pueda argumentar que esto atenta a la libertad de la persona, y la razón es sencilla: Los terceros afectados.

El otro camino para mitigar este tipo de afectaciones son los impuestos,  que tienen como segunda finalidad (después de su objetivo recaudatorio) la de compensar las externalidades negativas que el consumo o la actividad de agentes privados puedan generar a la población en general. Los impuestos al cigarro, a las bebidas alcohólicas o a los refrescos con azúcar, tienen como fundamento que el gobierno compense a través de este ingreso los costos a nivel público y social que su consumo genera, por ejemplo, en gastos de salud. Bajo esta línea de pensamiento, un impuesto a los refrescos cuando vivimos una crisis de salud derivado de su consumo, no sólo resulta lógico y sensato, sino también justo.

¿Entonces por qué no afrontar el tema de movilidad con el mismo fundamento? Cada vez que una persona utiliza su coche genera externalidades que implican un costo a la sociedad: el tráfico que se genera, impacta negativamente en tiempos de traslado y por lo tanto en la productividad de la ciudad; la contaminación afecta la salud de todos; la utilización de la infraestructura de calles y avenidas le genera un costo de mantenimiento al gobierno que al final se paga con nuestros impuestos. Usuarios y no usuarios. ¿No resulta, entonces, una política que incentiva  el uso del coche profundamente injusta? ¿Al hacer pagar a justos por pecadores, nuestras políticas de movilidad no son fuentes apuntaladoras de una desigualdad social? Por supuesto que sí. De ahí que resulte absolutamente contradictorio que nuestros gobiernos de izquierda hayan sido tan proclives a incentivar el uso del coche de manera desmedida. Y hoy estamos padeciendo las consecuencias de fondo.

Resulta fundamental hoy entender cómo el gobierno de Lopez Obrador incursionó en opacas y mesiánicas obras de infraestructura automovilista como los segundos pisos. Obras torpes y toscas que no solo no resolvieron los problemas de movilidad sino que también alteraron el espacio visual y vital de la ciudad transgrediéndola, dejándola estéril para la vida pública en esos ejes. También fomentó medias como la licencia de manejo indefinida. Claramente para Andrés Manuel fue más importante dejar “obras que se vieran” que pensar en las consecuencias de mediano plazo: Más coches, más gente manejando. Hay que anotárselo en su CV de supuesto estadista.

Después llegó Marcelo, que perfeccionó el modelo de crecimiento de infraestructura automovilística con construcciones más eficientes pero no por eso mejores para resolver el problema. La moda fueron las súper vías de cobro que hoy han resultado en evidentes modelos de complicidad corrupta. Si bien Marcelo comenzó con una política más agresiva hacia el uso de transporte público alternativo (ecobicis, metrobus) los esfuerzos relativos de estos vs las inversiones en infraestructura cochista son incomparables. Eso sin mencionar lo que ya se sabe de su magno proyecto de transporte público: la Línea 12.

Con Mancera se consolidaron los incentivos al automóvil con la abolición de la tenencia y la reciente eliminación de las restricciones de la calcomanía 0 y 00 a autos viejos. Nuevamente las políticas de movilidad parecieran seguir una lógica contraria a cualquier política pública que busca reducir las externalidades y costos sociales, al fomentarlos. Es como si el gobierno, por popularidad, hubiera permitido nuevamente que la gente fumara en espacios cerrados, o subsidiara a las refresqueras para ofrecer cocacolas más baratas. No se resolverían los problemas de salud, sino todo lo contrario. Pues así está nuestra ciudad.

De ahí que el “castigo” reactivo y mediático (¿quien asesora a estos gueyes?) del Hoy No Circula, que intenta mandar una señal de responsabilidad y de “tomar cartas” en el asunto no es otra cosa que exactamente lo contrario, pues no pone en tela de juicio el fondo equivocado de la política urbana y de movilidad que nos tiene, como ciudad y como personas, enfermos. Y la falta de efectividad de la medida provoca un doble problema, pues no soluciona y posterga la solución de fondo. A esa altura está nuestra clase política.

En mi opinión la oportunidad de esta crisis es la transformación de políticas públicas y visión de ciudad de fondo, y en todo los ámbitos. Con un principio fundamental: los coches generan externalidades negativas, por lo tanto hay que hacer que las paguen. Elevar el costo de transportarse en coche genera muchos beneficios de inmediatos: Desincentiva su uso, y le provee al estado recursos para invertir. El caso más evidente (sin estar a favor de ese modelo) son las vías urbanas de pago. Ahí, el tráfico es sustancialmente menor, así como los tiempos de traslado y la contaminación que se genera. Entonces ¿Por qué no nos convertimos en una ciudad-vía-de-pago? y con esto no me refiero a seguir invirtiendo en este tipo de infraestrucutra, sino en encarecer el uso del transporte privado no compartido.

Hay muchos caminos para hacerlo. De entrada, algo sencillo sería regresar a los impuestos por tenencia y por uso (gasolinas por ejemplo) de los coches. Eliminar leyes que obligan a establecimientos o a nuevas construcciones a tener estacionamientos (incluso, porque no, prohibirlos).  y crear avenidas o zonas donde el acceso sea restringido o con costo. Incentivar espacios peatonales y aumentar la infraestrucutra de bicicletas nunca deben restarle espacios al coche. Eliminar la gratitud de estacionamientos o incluso generar nuevos impuestos a estos espacios como, por ejemplo, el de ocupación hotelera. Esto elevaría el costo monetario, en tiempo y practicidad de tener auto, y con la expectativa de cambiar poco a poco nuestro apego cultural (y de status) de tener coche. Imaginen que las políticas de desarrollo urbano estuvieran alineadas en este sentido, que se le permitiera a desarrolladores construir más pisos o con mayor densidad si se omiten lugares de estacionamiento, ¡Desde ahí la gente empezaría a cambiar sus conductas!

Finalmente se debería llevar a cabo un ejercicio presupuestal donde la asignación de recursos fortalezca las condiciones de transporte compartido. Hoy hay muchas alternativas para no tener coche. Servicios de Car Sharing como Carrot, de scooters como Econduce, el propio Uber, o Ecobici (que han superado por mucho sus propias expectativas de adopción y crecimiento), son alternativas que si tuvieran más apoyo gubernamental podrían expandirse a las zonas que más movilidad requieren a precios accesibles. Incrementar la infraestructura de metrobuses, trenes ligeros,  no sólo en tamaño sino en calidad y número de unidades, y de otras alternativas de transporte público que no requiera inversiones millonarias, puede balancear la disyuntiva del ciudadano de a pie de cómo moverse.

La mala noticia es que estas medidas en el corto plazo resultarían muy impopulares aunque a la larga nos darían un gran resultado de ciudad y una mejora considerable en la calidad de vida de quienes vivimos.

Así que enojémonos por esta medida parcial y superficial (como ha resultado todo el personaje de Mancera) pero por las razones correctas. No sólo por la implicación cotidiana de tener que resolver nuestra movilidad de otra manera 1 vez a la semana, sino porque esta medida no  contribuye a una solución de fondo. Enojémonos con quienes nos vendieron espejitos con políticas de movilidad suicidas, sin prever el enorme daño que nos ocasionaría. Pero sobretodo enojémonos con nosotros mismos de no apoyar o criticar estas medidas cuando se dieron, por parecer benéficas en el corto plazo. Entonces así, el enojo valdrá para algo.

 

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