Pues así empiezo. No es la primera vez que escribo de política. Me encanta. No la política, sino escribir de ella.
Como en los restaurantes existe la magia de crear experiencias, la política tiene un valor intrínseco que muchas veces se subestima, pero que en definitiva motiva a estar ahí, a hablar de ella, a juzgar desde posiciones desgarradoras o opinar en corto. Este valor es la capacidad en presente de escribir la historia.
Me parece imposible que un amante de la historia sea indiferente al presente, como debería ser innato del político conocer la trayectoria de los hechos pasados que lo llevaron ahí. Más frecuente el primero que el segundo, desgraciadamente.
Pero bueno, al final del día es participar, al menos con el interés y la voz limitada que cada uno pueda tener (aunque suene a bullicio tuitero y lugar común). Una idea bien sembrada puede generar cambios insospechados y la virtud transformadora del cambio no es el cambio en si, sino la habilidad desarrollada para cuestionar las diferentes estructuras del presente, que otros llaman Verdad.
La comidilla política no es mas que goteo transformador, o en la misma línea de pensamiento, un pequeño espacio de cuestionamiento. Con sal y pimienta propios. Con el sazón característico de quien disfruta el combate salvaje desde los burladeros. Con un voto en la mano y sin despensas.